lunes, 18 de agosto de 2008

Tramposos Olímpicos

Los Juegos Olímpicos traen consigo una sincera e imparcial competición de atletas de todos los países, algo que se refleja en el Juramento Olímpico. En ocasiones, algunos deportistas se olvidan de esta esencia fundamental e intentan ganar por todos los medios. He aquí tres ejemplos.

Boris Onischenko y la espada que puntuaba sola.


Boris Onischenko, un oficial de ejército soviético, participó en los JJOO de Montreal de 1976 en la modalidad de pentatlón moderno. No era un desconocido, se trataba de un deportista respetado que ya había ganado una medalla de plata en Munich cuatro años antes. De poco le valió su trayectoria ya que tuvo que abandonar los Juegos Olímpicos avergonzado, entre titulares que se referían a él como 'Disonischenko' y 'Boris el Tramposo'.

El pentatlón moderno es un deporte compuesto por cinco disciplinas que incluye la esgrima. Onischenko ideó un sistema que iluminaba la luz que registraba los aciertos en el marcador, incluso cuando había fallado. Mediante un cable dispuesto en su espada y un pulsador colocado en su mano era capaz de registrar un golpe a voluntad.

El equipo británico fue el primero en sospechar que Onischenko escondía algo durante su combate contra Adrián Parker. Cuando Jim Fox, el siguiente oponente de Onischenko, protestó vehementemente alegando que el soviético parecía que lograba anotar sin golpearlo, los jueces requisaron la espada. Onischenko continuó compitiendo con un arma diferente, pero durante poco tiempo. Minutos después era descalificado. Posteriormente se dijo que, como castigo, había sido enviado a unas minas de sal en Siberia, algo probablemente falso. Las reglas de este deporte fueron cambiadas tras este incidente, prohibiendo cualquier parte que pudiese ocultar cables o interruptores.


Fred Lorz, el campeón olímpico que viajaba en coche.


De los 32 atletas que tomaron la salida en el maratón de los Juegos Olímpicos de 1904 en St. Louis, tan solo 14 lograron llegar al final. El primero en llegar a meta, después de 3 horas 13 minutos, fue el norteamericano Fred Lorz, que inmediatamente fue proclamado el ganador. Ya había sido fotografiado con Alice Roosevelt, la hija del Presidente de los Estados Unidos, y estaba a punto de serle concedida la medalla de oro, cuando se supo que había cubierto 18, de los algo más de 42 kilómetros de la prueba, en un coche conducido por su manager. La aclamación de la muchedumbre se tornó rápidamente en abucheos. Lorz, como último recurso, intentó explicar que estaba siendo objeto de una broma pesada, algo que nadie creyó. Recibió una sanción de por vida, que más tarde, y gracias a su arrepentimiento, fue levantada.


Ben Johnson, el caso de dopaje más recordado.


"Me gustaría decir que mi nombre es Benjamín Sinclair Johnson Junior y este récord mundial durará 50 años, tal vez 100." Estas fueron las palabras de Ben Johnson tras batir por cuatro centésimas de segundo el récord mundial dejándolo en 9,79 segundos. El mundo quedó maravillado ante una hazaña de tal grandeza que le convertía en el rey indiscutible de los 100 metros lisos en los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988. Unas horas después su triunfo se convertiría en uno de los mayores escándalos Olímpicos. En el Centro de Control de Dopaje Olímpico, a menos de un kilómetro de donde Johnson había recibido su medalla de oro, el Doctor Park Jong Sei encontró que una de las muestras de orina numeradas tomadas de los cuatro primeros finalistas contenía stanozolol, un peligroso esteroide. La muestra correspondía a Johnson, que inmediatamente fue descalificado. Su eliminación otorgó la medalla de oro a Carl Lewis.



Johnson volvió a participar en los siguientes Juegos Olímpicos en Barcelona 92 tras una sanción de dos años, pero un nuevo positivo en 1993 pondría fin definitivamente a su carrera.

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Juan CARAMUEL el " Leibniz español"


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Caramuel y la imprenta

La primera obra española sobre la imprenta anticipa temas de indización, propiedad intelectual, dominio público, normalización bibliográfica, piratería e incluso ordenanzas laborales...

José Antonio Millán

Juan Caramuel (1606-1682), a quien se ha llamado "El Leibniz español", fue una de las personalidades más curiosas de nuestro siglo XVII. Publicó unas sesenta obras de las más de doscientas que escribió, sobre una infinidad de temas. Se le recuerda por sus laberintos barrocos y todo tipo de artificios verbales, de un fuerte tinte oulipano avant la lettre, pero es menos conocido el hecho de que a él se debe la primera descripción impresa del sistema binario:

The first published discussion of the binary system was given in a comparatively little-known work by a Spanish bishop, Juan Caramuel Lobkowitz, Mathesis biceps (Campaniae, 1670) pp. 45-48: Caramuel discusses the representation of numbers in radices 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 12, and 60 at some length, but gave no examples of arithmetic operations in nondecimal systems (except for the trivial operation of adding unity).
Donald E. Knuth, The Art of Computer Programming, vol. 2: Seminumerical Algorithms, p. 183.

Caramuel es también conocido por su amistad con el jesuita Atanasius Kircher. Precisamente Menéndez Pelayo compara a ambos cuando dice de Caramuel:

Polígrafo incansable y de grande originalidad en las ciencias filosóficas, pero de espíritu tan errático y vagabundo, tan dado a raras especulaciones y tan desmedidamente ingenioso y sutil, que sólo con su contemporáneo el P. Kircher podemos compararle.

A Caramuel y Kircher (y a otros ingenios de su época) es común la preocupación por la lengua universal, lo que les llevó, entre otras cosas, a interesarse por el chino con las consecuencias para la historia de la imprenta que luego veremos. De hecho el creador del esperanto L. L. Zamenhof cita a ambos en su libro Fundamenta Krestomatio, entre los precursores de la idea de lengua universal.

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Detalle de uno de los juegos de imagen y palabra de Caramuel

El Syntagma de arte typographica apareció en el cuarto tomo de su Theologia Moralis fundamentalis, publicado en Lyon en 1694. ¿Nuestro primer tratado sobre la imprenta resulta ser una obra teológica? No extrañará, cuando el V Concilio de Letrán había declarado (en su sesión del 4 de mayo de 1515) que "esta invención más se debe a la inspiración divina que al ingenio humano", y cuando la perspectiva que aporta es claramente ética (véase su subtítulo: "de los deberes de cuantos publican libros o participan en su edición").

Caramuel tenía amplia experiencia editorial ("desde el año de 1618 vengo tratando con impresores"), y además era muy inteligente, de modo que en su Tratado, cuando se aburre de acarrear datos de segunda mano sobre la historia de la escritura y sus soportes, empieza lo bueno. Primero viene su precisa distinción entre la impresión continua (estampación de una plancha) y la discreta:

los historiadores todavía confunden gravemente dos tipos de impresión distintos que por falta de terminología llamaremos "continuo" y "discreto". Con la expresión "forma continua" nos referimos a una plancha… en la que se graba un determinado discurso; en la "forma discreta" se procede a partir de elementos independientes cada uno de los cuales está representado por una sola letra.

Esta forma, compuesta por "varios elementos, con diversos tipos en cajetines independientes", es la propiamente gutenberguiana. Este sistema no lo conocen los chinos, "ni siquiera pueden servirse de él, porque, teniendo treinta mil tipos o más, ¿qué caja podría contenerlos?".

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La caja con los tipos
(Madrid, abril, 2004)

Luego pasa a exponer trucos para la impresión bicolor, que descubrió con su impresor en Praga. También se ocupa de cuestiones que hoy llamaríamos de "normalización bibliográfica" sobre uso de cursivas en las citas de obras, o sobre la numeración de las páginas, o habla sobre la tipografía que hay que usar para títulos y subtítulos. Como se ve, no hay cuestión interna o externa sobre la que no tenga su con frecuencia razonada opinión.

Un tema central es el de los índices (que en el momento de escribir el Syntagma llevaban ya siglos de desarrollo): contra quienes los critican ("porque han hecho a los teólogos ociosos e ignorantes: quienes leían antes toda la Biblia, desisten ahora de este trabajo, fiados de las concordancias") afirma la bondad de la herramienta: "Hoy en día un aprendiz logra lo que a duras penas alcanzaba antes un sabio".

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De Infantes (1981)

Como no podía menos de ser, tiene su método propio de confección de índices, que expone en unos párrafos deliciosos: "Tercero: ordena que con unas tijeras se recorte cada epígrafe. Ordena, he dicho, no haz, pues se trata de un trabajo mecánico". Por último, su anhelo de un sistema fiable de referencia le hace añorar el imposible de unir toda su copiosa obra bajo "una serie única de numeración" (el Syntagma está dividido en diecisiete "Artículos", pero también en secciones, que van de la 3201 a la 3254).

Los requisitos legales de impresión de los libros le llevan a ocuparse de las licencias: imperiales, reales, canónicas e incluso para autores de alguna orden religiosa, caso bien frecuente en la época de su superior. Sigue tratando el tema de la impresión de libros (inéditos o no) sin permiso del autor, con un esbozo del tema del dominio público ("Libros... que ya no se imprimen por estar muerto el Autor, y no aver herederos, que traten dello, y entonces podrá seguramente imprimirle el Impressor por razón del bien común"). Las erratas ("con razón llamó Novarini a la imprenta ‘oficina de errores’"), ¡e incluso la piratería de impresores que sacan ejemplares de más ("Y cuando la ciudad o la región está llena de libros, te devuelven tus ejemplares, porque no pueden venderlos")!

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La operación de entintado
(Madrid, abril, 2004)

El genio teológico de Caramuel brilla especialmente en la discusion sobre "Si los que trabajan en la imprenta pueden hacerlo los días de fiesta". Estos se dividían en cajistas, que componían textos, e impresores (que entintaban y manejaban la prensa). Para Caramuel, componer es como escribir, "porque lo mismo vale escribir o transcribir con caracteres trazados por mano propia como con tipos de plomo fundidos por otro", constituyendo por tanto un arte liberal (no sujeta a prohibición de trabajar en festivo), mientras que los impresores, arte mecánico, deben observar el preceptivo descanso.

Por fin se examina la cuestión de si es lícito que corregir los errores, doctrinales o científicos, de un autor antes de imprimir su libro, para terminar con unas consideraciones sobre la dedicatoria. Así, desde los umbrales del texto hasta la salud espiritual de quienes lo difunden, nada se escapa a la perspicacia de Caramuel...

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De Infantes (1981)


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