Caramuel y la imprenta
La primera obra española sobre la imprenta anticipa temas de indización, propiedad intelectual, dominio público, normalización bibliográfica, piratería e incluso ordenanzas laborales... José Antonio Millán
Juan Caramuel (1606-1682), a quien se ha llamado "El Leibniz español", fue una de las personalidades más curiosas de nuestro siglo XVII. Publicó unas sesenta obras de las más de doscientas que escribió, sobre una infinidad de temas. Se le recuerda por sus laberintos barrocos y todo tipo de artificios verbales, de un fuerte tinte oulipano avant la lettre, pero es menos conocido el hecho de que a él se debe la primera descripción impresa del sistema binario:
The first published discussion of the binary system was given in a comparatively little-known work by a Spanish bishop, Juan Caramuel Lobkowitz, Mathesis biceps (Campaniae, 1670) pp. 45-48: Caramuel discusses the representation of numbers in radices 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 12, and 60 at some length, but gave no examples of arithmetic operations in nondecimal systems (except for the trivial operation of adding unity).
Donald E. Knuth, The Art of Computer Programming, vol. 2: Seminumerical Algorithms, p. 183.
Caramuel es también conocido por su amistad con el jesuita Atanasius Kircher. Precisamente Menéndez Pelayo compara a ambos cuando dice de Caramuel:
Polígrafo incansable y de grande originalidad en las ciencias filosóficas, pero de espíritu tan errático y vagabundo, tan dado a raras especulaciones y tan desmedidamente ingenioso y sutil, que sólo con su contemporáneo el P. Kircher podemos compararle.
A Caramuel y Kircher (y a otros ingenios de su época) es común la preocupación por la lengua universal, lo que les llevó, entre otras cosas, a interesarse por el chino —con las consecuencias para la historia de la imprenta que luego veremos. De hecho el creador del esperanto L. L. Zamenhof cita a ambos en su libro Fundamenta Krestomatio, entre los precursores de la idea de lengua universal.
Detalle de uno de los juegos de imagen y palabra de Caramuel
El Syntagma de arte typographica apareció en el cuarto tomo de su Theologia Moralis fundamentalis, publicado en Lyon en 1694. ¿Nuestro primer tratado sobre la imprenta resulta ser una obra teológica? No extrañará, cuando el V Concilio de Letrán había declarado (en su sesión del 4 de mayo de 1515) que "esta invención más se debe a la inspiración divina que al ingenio humano", y cuando la perspectiva que aporta es claramente ética (véase su subtítulo: "de los deberes de cuantos publican libros o participan en su edición").
Caramuel tenía amplia experiencia editorial ("desde el año de 1618 vengo tratando con impresores"), y además era muy inteligente, de modo que en su Tratado, cuando se aburre de acarrear datos de segunda mano sobre la historia de la escritura y sus soportes, empieza lo bueno. Primero viene su precisa distinción entre la impresión continua (estampación de una plancha) y la discreta:
los historiadores todavía confunden gravemente dos tipos de impresión distintos que por falta de terminología llamaremos "continuo" y "discreto". Con la expresión "forma continua" nos referimos a una plancha… en la que se graba un determinado discurso; en la "forma discreta" se procede a partir de elementos independientes cada uno de los cuales está representado por una sola letra.
Esta forma, compuesta por "varios elementos, con diversos tipos en cajetines independientes", es la propiamente gutenberguiana. Este sistema no lo conocen los chinos, "ni siquiera pueden servirse de él, porque, teniendo treinta mil tipos o más, ¿qué caja podría contenerlos?".
La caja con los tipos
(Madrid, abril, 2004)
Luego pasa a exponer trucos para la impresión bicolor, que descubrió con su impresor en Praga. También se ocupa de cuestiones que hoy llamaríamos de "normalización bibliográfica" sobre uso de cursivas en las citas de obras, o sobre la numeración de las páginas, o habla sobre la tipografía que hay que usar para títulos y subtítulos. Como se ve, no hay cuestión interna o externa sobre la que no tenga su —con frecuencia razonada— opinión.
Un tema central es el de los índices (que en el momento de escribir el Syntagma llevaban ya siglos de desarrollo): contra quienes los critican ("porque han hecho a los teólogos ociosos e ignorantes: quienes leían antes toda la Biblia, desisten ahora de este trabajo, fiados de las concordancias") afirma la bondad de la herramienta: "Hoy en día un aprendiz logra lo que a duras penas alcanzaba antes un sabio".
De Infantes (1981)
Como no podía menos de ser, tiene su método propio de confección de índices, que expone en unos párrafos deliciosos: "Tercero: ordena que con unas tijeras se recorte cada epígrafe. Ordena, he dicho, no haz, pues se trata de un trabajo mecánico". Por último, su anhelo de un sistema fiable de referencia le hace añorar el imposible de unir toda su copiosa obra bajo "una serie única de numeración" (el Syntagma está dividido en diecisiete "Artículos", pero también en secciones, que van de la 3201 a la 3254).
Los requisitos legales de impresión de los libros le llevan a ocuparse de las licencias: imperiales, reales, canónicas e incluso —para autores de alguna orden religiosa, caso bien frecuente en la época— de su superior. Sigue tratando el tema de la impresión de libros (inéditos o no) sin permiso del autor, con un esbozo del tema del dominio público ("Libros... que ya no se imprimen por estar muerto el Autor, y no aver herederos, que traten dello, y entonces podrá seguramente imprimirle el Impressor por razón del bien común"). Las erratas ("con razón llamó Novarini a la imprenta ‘oficina de errores’"), ¡e incluso la piratería de impresores que sacan ejemplares de más ("Y cuando la ciudad o la región está llena de libros, te devuelven tus ejemplares, porque no pueden venderlos")!
La operación de entintado
(Madrid, abril, 2004)
El genio teológico de Caramuel brilla especialmente en la discusion sobre "Si los que trabajan en la imprenta pueden hacerlo los días de fiesta". Estos se dividían en cajistas, que componían textos, e impresores (que entintaban y manejaban la prensa). Para Caramuel, componer es como escribir, "porque lo mismo vale escribir o transcribir con caracteres trazados por mano propia como con tipos de plomo fundidos por otro", constituyendo por tanto un arte liberal (no sujeta a prohibición de trabajar en festivo), mientras que los impresores, arte mecánico, deben observar el preceptivo descanso.
Por fin se examina la cuestión de si es lícito que corregir los errores, doctrinales o científicos, de un autor antes de imprimir su libro, para terminar con unas consideraciones sobre la dedicatoria. Así, desde los umbrales del texto hasta la salud espiritual de quienes lo difunden, nada se escapa a la perspicacia de Caramuel...
De Infantes (1981)
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